lunes, 18 de diciembre de 2017

EL MERO HECHO

El mero hecho
               
            Creo que no me precipito al comunicar, pública y oficialmente, que, el tan aludido, requerido, suplicado y a veces ninguneado, espíritu navideño, por fin, se ha hecho fuerte en algún recoveco de mi yo más superficial.  Con dicha superficialidad no pretendo decir que estos días tan obligadamente placenteros y dichosos de obligado cumplimiento, no merezcan el incesante alarde de felicidad, que vamos vertiendo por doquier, es simplemente que se me nota en la actitud. Disfruto con la fluidez de aquel que aparentemente todo le marcha bien y con el entusiasmo de un niño de 52 años, que se ha visto obligado a entender, que el paso del tiempo conlleva ciertos aclimatamientos físicos y espirituales, a fuerza de comparar cansancios actuales con otros ya caducos.

Y es que por fin amigos, llegó la Navidad.

Los primeros días de esta última quincena y siempre cada año, me gusta rendir un póstumo homenaje a aquellas Navidades ya tan lejanas, que incluso no parecen representar lo mismo. Se me antoja ardua la tarea de hacer comprender a mis retoños, que las hoy día tan voluptuosas y para algunos hasta “prescindibles” fiestas, antaño desprendían un halo de buena voluntad tan evidente, que raro era encontrarse con aquel vecino gruñón, ávido secuestrador de pelotas de goma, de rictus permanentemente amargado con mirada alevosamente acojonadora, y no darte cuenta que algo estaba forzando la comisura de sus labios a alzarse hacia sus pobladas cejas. Aunque si bien es cierto que el cruce era mas agradable que el resto del año, tampoco estaba exento de un alto grado de desconfianza, por si despertábamos la fiera que permanecía latente en su interior. Que grande don Fidel.

En mi vieja casa, de dos habitaciones y diminuto baño que aún esperaba inventos tan actuales como el bidé y la bañera, se daba cobijo a siete almas en temporada baja, y aunque eso ya de por sí contribuía a una fiesta cuasi permanente, no era óbice para ampliar la jovialidad llegadas estas alturas de año.

Recuerdo la llegada cada año, unos días antes de la Nochebuena, de un nuevo miembro familiar. Sin partos ni previo aviso, siempre llegaba aquel día, en que al entrar a aquel exiguo habitáculo en el que nos aseábamos a diario te veías obligado a maniobrar pues nos había crecido un cabrito atado al lavabo, al cual mi añorado tío Cano siempre le ponía un dicharachero nombre para evitar herir sus sentimientos al referirse al animal con un “quita bicho”. Que gran corazón tenía el cachondo de mi tío (un beso desde aquí abajo).

 Dicha aparición suscitaba en mí tal estupor que me hacía brotar un desinterés total en todo lo relativo a la higiene personal. La visita anual de dicho animal siempre finalizaba de la misma manera.

Sin más.

Pero el hecho de que su desaparición siempre coincidiera con la mejor cena del año, empezó a llenarme la cabeza de disparatadas sospechas sobre conspiraciones “gastro-caprunas”, hasta que con el paso del tiempo pude almacenar estos hechos en la alforja de los desengaños puestos al descubierto por sí mismos, en donde al guardar uno tras otro, no tardaría en quedar tapado  por otros más triviales como lo eran los Reyes Magos, el Sexo fácil y la Justicia Social.

También recuerdo con cariño, las salidas para pedir el aguinaldo. El día 24 se convertía en esto que hoy se ha dado en denominarse jornada de puertas abiertas, éramos bien recibido en todos los hogares conocidos, pero también en los no tanto. Por aquellos entonces la gran mayoría de habitantes de Alcalá de Henares atravesaban un  periodo de, llamémosle “falta de liquidez acuciante” por lo que la dádiva se ofrecía en forma de copita de anís y polvorón. Llegados a este punto, debería contextualizar, que en nuestra propia casa se nos alentaba el apetito con Quina Santa Catalina ó Lágrimas del Jabalón lo cual nos revestía de inmunidad alcohólica.

Puede parecer que unos recuerdos de Cabras y Anís, no escondieran mucha felicidad, pero creo que esa simplicidad es la que otorgaba a aquellas fiestas de alegría y sobre todo honestidad en el uso y disfrute de las mismas y las concedía el estatus de irrenunciables e indispensables. Aunque también tendría que ver el hecho de que este ambiente no volvería a presentarse hasta pasados 12 meses, cosa que ahora acortó los plazos de espera, a la misma cantidad pero de días. A veces no sé como lo aguantan los jóvenes de ahora.

El mero hecho de haberle ganarlo el pulso a un año más, ya debería ser motivo suficiente para imbuir en nosotros el ánimo suficiente y necesario para afrontar los meses que nos separan de las vacaciones de verano, que a su vez nos servirán de trampolín para alcanzar otras nuevas Navidades y convertir nuestras vidas en pescadillas que se muerden la cola.

           Y como me estoy dando cuenta que he convertido este circunloquio en una especie de relato de las navidades pasadas, prometo volver con las presentes y porque no también con las futuras.

        Espero que todos vosotros tengáis unas muy, muy felices fiestas llenas de condescendencia y comprensión hacia todos aquellos que no las entiendan y disfruten como vosotros.



¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!